
¿Por qué será que la primera palabra que se nos viene a la cabeza cuando vemos a un yuppie es arribismo? Porque somos unos prejuiciosos. Estamos acostumbrados a meter en el saco de los malditos, al que le va bien. Nos incomoda ver a alguien bien vestido, a alguien con estilo, sobretodo cuando notamos que lo que lleva puesto no se lo compró precisamente en Chile.
Preferimos ver el lado superficial e imaginarnos que ese yuppie, debe ser una mala persona, un hueco, un inhumano que sólo quiere demostrar lo que es, a través de lo que tiene. Decir que todo yuppie es un arribista es un absolutismo que lo único que hace es delatar nuestra envidia e intolerancia, nuestro pensamiento pueblerino.
¿Por qué no reconocer que un “yuppie” es un aporte estético al patético y grisáceo mundo empresarial?
Por qué no mejor consideramos el trabajo, la dedicación y la sensibilidad estética que hay detrás de cada unos de esos detalles? Porque los verdaderos arribistas son los prejuiciosos, los resentidos, los que no se atreven.
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